Tiempos políticos y estrategia

Miércoles 12 de marzo de 2014, por Mar

Laura M. L., militante de IA-Cádiz y de la AECP.

Toda organización que quiera un cambio revolucionario que rompa con el reino del capital y de su barbarie racista, patriarcal y productivista necesita manejar conceptos básicos como son estrategia y táctica y, a su vez, esto también exige una profunda comprensión de los tiempos políticos.

La percepción de los tiempos en el capitalismo: cíclico, acelerado y lineal.

Estamos acostumbrados a entender el tiempo de forma cíclica, acelerada pero vacía y repetitiva y lineal, combinándose de distintos modos y a veces contradiciéndose. Pasaremos a explicar cada una de estas formas.

La visión del tiempo como cíclico y repetitivo tiene que ver con la compresión de los ciclos naturales por los humanos: las estaciones del año duran un tiempo determinado, la tierra tarda en dar la vuelta al sol aproximadamente 365 días, los días tienen 24 horas, la naturaleza tiene unos ritmos estables de reposición de los recursos, etc. Aunque esto es así solo a medias, ya que incluso en los ciclos naturales también encontramos rupturas, ya sea por la actividad humana (extracción de recursos, contaminación, etc.) como por factores naturales (cambios climáticos a lo largo de la historia, irrupción de meteoritos en la superficie terrestre, etc.). Pero como estas “rupturas” o “cambios bruscos” se dan en lo que Braudel llamaba el tiempo largo, un tiempo que escapa por su duración a la vida de los humanos (en contraposición con el tiempo medio de las sociedades y las estructuras y el corto de los hechos y la vida de los hombres y las mujeres), hay una percepción de que en la naturaleza todo se repite, todo tiene unos ciclos ordenados, que también tiene su correlato en la compresión de la historia y los procesos sociales: “todo sigue su curso”, “la historia siempre se repite”, etc.

Junto a esta visión de inmovilidad, de que todo siempre ha sido así y seguirá siendo “al igual que en la naturaleza”, “siempre ha habido ricos y siempre los habrá”; se combina otra visión de los tiempos políticos de aceleración absoluta pero vacía y repetitiva que ha sido creada en parte por los propios ritmos de acumulación de la producción del capital cada vez más rápido. Las necesidades de aceleración de producción y de consumo han acelerado también la percepción de los tiempos de la gente. A partir de la revolución industrial principalmente y con el desarrollo del capitalismo por tanto, la percepción del tiempo se ha acelerado enormemente, hasta el punto de que estos ritmos chocan constantemente con los límites naturales del planeta y sus plazos para la reposición de recursos. Por ello, todos esos proyectos que requieren de constancia, de paciencia, que no tienen réditos inmediatos, que necesitan de maduración son considerados “largo placistas”: lo que tiene que ver con los cambios sociales, de mentalidad, de organización económica y social, etc. Aunque en realidad, estos cambios combinan el medio/largo plazo donde se necesita la maduración de organizaciones políticas, de estrategias, etc. también con hechos concretos e inmediatos, con rupturas y quiebras, con saltos. Sin embargo, esto no es percibido así. Solo se perciben como cosas a muy largo plazo que chocan con las vidas de la gente donde el trabajo y el consumo marcan un ritmo acelerado e inmediato.

La tercera forma de comprender los tiempos, tiene que ver con la Ilustración y el origen del capitalismo, y es la comprensión de la historia como progreso continuo. La toma del poder de una nueva clase social, la burguesía, viene a prometer una nueva sociedad racional, científica, donde el progreso será el motor de la misma y solo es cuestión de tiempo llegar a ese futuro prometido del que tanto nos hablaba “El fin de la historia” de Fukuyama: hemos llegado a la fórmula definitiva, capitalismo y democracia burguesa, y solo es cuestión de tiempo acabar con las guerras, el hambre, el cambio climático, etc. Esta visión del tiempo, de la economía, de la sociedad, de la historia como lineal y progresiva, como un camino definido sobre el que solo hay que andar y dejarse llevar por su inercia hasta alcanzar la meta del progreso, ha sido tan fuerte que logró penetrar fuertemente en las filas de la izquierda y aún hoy sigue muy presente. Un ejemplo que ilustra muy bien esta concepción del tiempo y, por tanto, también de la política, es la socialdemocracia alemana de principios del siglo XX.

El SPD alemán era un partido enorme que publicaba diversos periódicos y seminarios, puso en marcha organizaciones sindicales, asociaciones culturales, clubs deportivos, teatros, coros, etc.., casi una sociedad paralela en Alemania, sirviendo como modelo para todo el socialismo occidental y el movimiento obrero organizado en general. A principios del siglo XX, llegó a los 400.000 afiliados, cifra que se elevó a 1.700.000 militantes en 1912. En ese mismo año se convirtió en la primera fuerza parlamentaria. De forma paralela, cuanto más parcelas institucionales ganaban, más se burocratizaba su aparato e interiorizaron que con su acción parlamentaria, cada vez con mayor número de votos, reforma a reforma, construirían una sociedad socialista. No es casual que el primer estado del bienestar surgiera en Alemania, dada la correlación de fuerzas de la clase obrera la burguesía necesitaba hacer concesiones.

La percepción del tiempo por los revolucionarios: el tiempo político.

Rosa Luxemburgo, preocupada por la deriva burocrática y reformista del SPD, decía algo bien diferente de la mayoría del SPD alemán. Por supuesto, era una firme defensora de la lucha por las reformas. Estas son necesarias para mejorar las condiciones de vida de las mayorías sociales, para desarrollar sus niveles de conciencia y organización, para poner en práctica sus diferentes formas de lucha y extraer lecciones etc., pero con esta visión lineal y progresiva, reforma tras reforma, jamás se llegaría al socialismo. El socialismo necesita construirse expropiando del poder a la clase dominante, arrebatándoselo. Mientras la burguesía siga siendo la clase que ostenta el poder político, las reformas solo serán concesiones temporales para mantener el orden social, que arrebatará cuando pueda hacerlo. Rosa entendía que para construir el socialismo era necesario romper con esta visión lineal del tiempo y aplicar una visión revolucionaria, nuestra visión de los tiempos políticos: aquella que es capaz de ver que el tiempo largo, el medio y el corto se combinan de formas distintas y, por tanto, también lo estructural, lo coyuntural y lo inmediato y concreto. Por tanto, aunque hay una acumulación progresiva de victorias, enseñanzas, etc. no se puede derrotar al capitalismo y a la burguesía y, por tanto, no se puede construir el socialismo, sin momentos de ruptura, de discontinuidad. No entendida esta ruptura como un momento épico y único, pero si como condensación de la lucha de clases que consigue arrebatar el poder a la clase capitalista.

Los tiempos vienen derivados de las relaciones sociales, de los antagonismos entre clases y por eso estos no se expresan siempre de la misma manera. Por ello, no hay un tiempo predeterminado claramente en política, sino que hay diversas formas de tiempos que se combinan y contraponen también en los diferentes contextos históricos. Siguiendo a Walter Benjamin, hay tiempos homogéneos, vacíos, en los que la historia, las luchas, los debates políticos, los niveles de conciencia apenas se mueven. Marx lo expresaba diciendo que a veces cien años en política podían ser como uno, refiriéndose precisamente a este tiempo político “casi inmóvil”. En el estado español, antes de la crisis económica, en el boom inmobiliario, la fiebre consumista, la cultura del ladrillo, etc. fueron años en los que políticamente no pasaba casi nada.

Sin embargo, hay momentos en los que las contradicciones se hacen evidenciar a los ojos de las mayorías y entonces el tiempo político se condensa: se producen conflictos entre las clases sociales, se multiplican los acontecimientos, las tensiones aumentan, así como nos niveles de conciencia, organización y lucha, se producen avances en derechos y aparecen momentos de brechas y posibilidades de ruptura con el sistema, de revoluciones. En palabras de Benjamin, este tiempo “hace saltar el continuum de la historia”, es el tiempo condensado. El máximo grado de este tiempo se alcanza en las revoluciones. El título de la obra de John Reed, los diez días que estremecieron al mundo, escrito durante la Revolución Rusa, expresa en sí mismo esta realidad: cuando los acontecimientos se aceleran, y en diez días pasan tantas cosas como en diez o cien años. Hay enormes saltos y rupturas, y no solo en la cuestión de enfrentamiento con la burguesía, sino también en las mentalidades, en las formas de solidaridad desarrolladas, etc. Prueba de ello es por ejemplo el avance tan significativo, aún teniendo en cuenta las contradicciones, que se vivió durante la revolución rusa con respecto a la cuestión feminista. En la Rusia revolucionaria las mujeres podían abortar legalmente y la homosexualidad fue despenalizada.

“La política precede a la historia”.

Así, vemos como hay tiempos homogéneos y vacíos, y tiempos donde todo se acelera y se producen grandes saltos, tiempos de grandes avances y tiempos de grandes retrocesos. Recoger la visión de Marx de la historia como conflicto es fundamental para romper con la visión de la historia y la política como un transcurrir lineal de acontecimientos o la de Lenin que entendía la política como un tiempo lleno de lucha, crisis y derrumbamientos. Así mismo, en este sentido, Walter Benjamin decía que “las revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el género humano que viaja en ese tren”. Para él las revoluciones serían esa ruptura necesaria con el progreso, ya que el progreso es tal para la clase dominante y no para el conjunto de la sociedad. Quien nada con la corriente, quien gana con la reproducción de lo existente en una suerte de continuidad y linealidad de lo presente es la clase capitalista, mientras que para que la clase trabajadora junto con el resto de opresiones de raza, etnia, género, etc. “progrese” se necesita todo lo contrario a la continuidad y linealidad, se necesita precisamente romper la misma. El simple transcurrir del tiempo no lleva necesariamente a mejorar a la sociedad, sino que esto dependerá de la acción política que los sujetos desarrollen en el seno de la misma porque “la política precede a la historia”. Como decía Engels “¡La historia no hace nada!”. La historia, la naturaleza, el destino, el orden natural, no hacen nada.

Es cierto que el presente, el contexto político no se explica correctamente sin tener en cuenta el pasado, pero no de un modo mecánico entendiendo que, puesto que el pasado fue así, el presente concreto es la única realidad posible. Como dice Daniel Bensaid, “las condiciones iniciales determinan un campo de posibles, sin determinar mecánica cuál triunfará” “no todo es posible, pero existe una pluralidad de posibilidades reales, entre las cuales la lucha decide”. Así mismo, el futuro tampoco está determinado por el presente ni puede adivinarse, lo único que puede preverse científicamente es la lucha, pero no su resultado. Un ejemplo para entender esto sería la llamada Transición en el estado español.

Encontramos dentro de la izquierda, al menos, dos posiciones y estrategias políticas diferentes. Por una parte, la del PCE y el PSOE, que apostaban por llegar a un pacto con el régimen para entrar en lo que ellos llamaban la etapa de democracia burguesa, puesto que no había fuerzas para la ruptura revolucionaria con el régimen. A diferencia, una parte de la izquierda radical, sobre todo la Liga Comunista Revolucionaria (LCR, sección de la IV Internacional, antecesora de IA) apostaba por mantener la independencia de la clase trabajadora respecto a cualquier fracción de la burguesía, y mantener en el tiempo el conflicto tensando la lucha de clases que permitiese la acumulación de fuerzas necesaria para una ruptura con el régimen. Finalmente, la opción que se materializó fue la primera. ¿Debemos sacar la conclusión de que era lo único que podía hacerse, que era lo que tenía que pasar necesariamente? Esta es la versión oficial pero los y las revolucionarias debemos comprender que en el contexto político del momento, el país con mayor numero de huelgas en toda Europa y lucha de clases y sociales en general (destaca particularmente la lucha del movimiento feminista, que ademas en el estado español en la época estaba fuertemente conectado con la lucha política y, su parte más activa, era muy radical), era uno de esos momentos políticos donde la historia se condensó, el escenario estaba abierto y eran múltiples los posibles caminos y resultados. La acción y toma de posición de la mayor parte del movimiento obrero y social en general bajo las direcciones reformistas hizo que finalmente la ruptura con el franquismo no tuviese lugar, pero ello no quiere decir que no fuese posible. Era uno de los escenarios posibles y la materialización de uno u otro tuvo que ver con la acción política de los diferentes sujetos, con la toma de decisiones y estrategias, y no con la historia.

Prepararse para los saltos, lo inesperado y las oportunidades.

De este modo, el tiempo político para los revolucionarios es algo mucho más complejo que debe escapar de la linealidad, siendo capaces de entenderlo más como un poliedro donde las diferentes caras pesan más o menos en cada momento concreto, entran en contradicción aplastándose o combinándose, que como una línea recta. Además, su compresión es importantísima para saber trabajar en cada momento, pero también para anticiparse, para prepararse para lo que está por venir sin renunciar a lo que queremos construir a medio y largo plazo. Esto supone que los y las revolucionarias tenemos tareas en todos los momentos, pero que hay que saber trabajar en cada uno de ellos.

El trabajo en ese tiempo donde parece que no pasa nada, es fundamental para la construcción de fuerzas necesarias, a nivel cuantitativo y también cualitativo. Si estamos preparados y somos fuertes, cuando aparezcan oportunidades podremos aprovecharlas para romper con el actual sistema y construir una sociedad más justa, mientras que si somos demasiado débiles será más difícil que en las situaciones de crisis las salidas sean favorables para la mayoría social. Un ejemplo de ello pueden ser las primaveras árabes o la situación actual de Ucrania, donde se abren brechas ante sistemas políticos y económicos tremendamente injustos que provocan un descontento enorme en la población haciendo que esta salga de forma masiva a la calle. Sin embargo, la debilidad de la izquierda por diferentes razones en cada caso, hace que otras fuerzas políticas sean capaces de utilizar una parte de este descontento y canalizarlo hacia posiciones reaccionarias, ya sean fundamentalistas islámicas o de extrema derecha en cada uno de los ejemplos. Para evitar que las crisis tengan estas resoluciones es fundamental la construcción de la izquierda radical en estos tiempos, para llegar a las oportunidades en “buena forma”. En este sentido, el partido actúa como caja de cambio de un coche en el tiempo y no en el espacio, en cada momento político elaborando hipótesis sobre lo que toca en cada momento y procurando anticipar los escenarios posteriores. Daniel Bensaid lo explica en el siguiente párrafo:

“El tiempo estratégico está lleno de nudos y de giros, de aceleraciones súbitas y sensibles detenciones, de saltos hacia adelante y saltos hacia atrás, de síncopes y contra-tiempos. Las agujas de su cuadrante no siempre giran en el mismo sentido. Se trata de un tiempo quebrado, acompasado por las crisis y los instantes a aprovechar (como lo testimonian las notas de Lenin en octubre de 1917 urgiendo a los dirigentes bolcheviques a tomar la iniciativa de la insurrección mañana o pasado mañana, porque después sería demasiado tarde), sin lo cual la decisión ya no tendría sentido y el papel del partido se reduciría al de un pedagogo que acompaña la espontaneidad de las masas, y no al de un estratega organizando la retirada o la ofensiva según los flujos y reflujos de la lucha. Esta temporalidad de la acción política tiene su propio vocabulario: el período, concebido en sus relaciones con el antes y el después de los que se distingue; los ciclos de movilización (a veces a contra-tiempo de los ciclos económicos); la crisis en la que el orden fracturado deja escapar un abanico de posibles; la situación (revolucionaria) en la que se preparan los protagonistas de la lucha; la coyuntura o el momento favorable que debe captar “la presencia de ánimo” necesaria en todo estratega. La gama de estas categorías permite articular, en vez de disociar, el acontecimiento y la historia, lo necesario y lo contingente, lo social y la política. Sin tal articulación dialéctica, la idea misma de estrategia revolucionaria quedaría vacía de sentido.”

La táctica y la estrategia.

Para pensar como nos movemos en los diferentes tiempos políticos, debemos manejar los conceptos de táctica y estrategia. La estrategia es el camino que trazamos para llegar a nuestro objetivo, cuales son las grandes herramientas que necesitamos articular para caminar hacia los cambios que queremos. Son las grandes líneas políticas de una organización que se despliegan pensando en el medio y largo plazo. En una sociedad como la nuestra, la clase trabajadora no tiene poder económico ni político (a diferencia de la burguesía que previamente al poder político tenía el económico) y por tanto, para que haya un cambio profundo, tenemos que convencer a la gran mayoría de la sociedad de ese cambio y organizarla: no solo convencer sino organizar también, y en este sentido la línea estratégica es fundamental.

Si la estrategia es el camino, la táctica son los pasos concretos, ya que el camino hacia la revolución ecosocialista y feminista no es claro, evidente, puro ni exento de complicaciones. Por ello, la táctica sería como aplicamos o construimos la estrategia en lo inmediato, en el corto plazo, en cada momento concreto. Sin embargo, aún siendo diferentes, táctica y estrategia no pueden estar divorciadas, los pasos deben dirigirse hacia el camino, y no en la dirección contraria, aunque este no será recto ni perfectamente definido.

En este sentido, hay dos errores igualmente nefastos: el primero es el sectarismo, que sería la política sin táctica, la política de los grandes principios pero sin respuestas para el día a día, lo cual no permite hacer experiencias concretas de luchas, avanzar en niveles de conciencia a través de la práctica, etc. En este caso los pasos no se dan porque el camino no es una perfecta línea recta, lo cual nos condena a una paralización absoluta que impide cualquier avance. El segundo error es el oportunismo, la política sin estrategia, el dar pasos sin importar hacia donde nos llevan estos, porque lo importante es caminar sin más. Esto tiene como consecuencia la adaptación constante al contexto, sin importar si esto permite o no elevar el nivel de conciencia, organización, etc. El oportunismo puede ser desde no tener un discurso y orientación ecologista porque “asusta a la gente” hasta llegar a pactos con otras fuerzas políticas que hacen perder la independencia de clase y, por consiguiente, desmovilizan y desmoralizan.

Para nosotros y nosotras, un partido es una delimitación programática del tipo de sociedad que queremos construir, comunista, ecologista, feminista, y una delimitación de grandes hipótesis estratégicas para andar hacia ella. En el seno del partido revolucionario hay discusiones y diferencias tácticas e incluso estratégicas de periodo, pero compartimos las grandes hipótesis estratégicas, porque necesitamos tener un horizonte común, unas ideas claras que nos permitan vislumbrar un camino para superar la sociedad existente.

Una política con historia que sepa sintetizar “lo viejo” y “lo nuevo”.

Nuestra corriente política plantea que no existe una guía de grandes hipótesis estratégicas cerrada, pero tampoco hay política sin historia: la política se construye a partir de las experiencias del pasado pero siempre en forma de hipótesis. Aprendemos del pasado, analizamos el presente y elaboramos un camino hipotético estratégico en el que se confluye en el día a día con la táctica. Si la experiencia nos dice otra cosa, nos enseña nuevas brechas, nuevas oportunidades, cambiamos, modificamos, incorporamos, matizamos, pero en torno a hechos verificados. Por eso, cuando hay gente que plantea la política sin partido es la política sin política, sin estrategia, cuando ésta es la única capaz de equilibrar la audacia de la juventud con la prudencia de la experiencia; la impaciencia de la acción y la lentitud del pensamiento. Ambas son necesarias para encontrar un equilibrio.

Daniel Bensaid, militante de nuestra corriente y líder del mayo del 68 y de la LCR francesa y posteriormente del NPA, volvió a plantear los debates estratégicos en un período de eclipse de la política y la estrategia. La estrategia es capaz de equilibrar la impaciencia de la acción (tener réditos inmediatos) con la lentitud del pensamiento (los grandes retos que se cuecen a fuego más lento). Equilibrar ambas cosas elaborando una compleja síntesis entre ambas es estrategia: aprender de lo “viejo” (las enseñanzas del pasado, de los análisis de los marxistas clásicos y la historia del movimiento obrero clásico) y lo “nuevo” (los movimientos sociales, las nuevas formas de lucha y expresión de subjetividades, los análisis que analizan el periodo concreto, etc.).

Esta forma de entender y hacer política entraría en contradicción con aquellos que hacen política con un reloj que siempre marca la misma hora, que siempre tiene el mismo recorrido y exactamente las mismas hipótesis sin encontrar ningún cambio. Para ellos, casi nada ha cambiado desde el siglo XX. Las hipótesis no se verifican porque hay que esperar a ese gran día que está por venir. Para nosotros ese refugio en lo seguro, en “lo viejo” que no se enriquece, complejiza, matiza, ni aprende de lo “nuevo”, es completamente estéril. Pero también lo es la política sin historia, aquellos que dicen que hay que empezar de nuevo permanentemente, que se construye a través de relatos autónomos en el tiempo y que no están conectados los unos con los otros. Empezar de cero permanentemente, la búsqueda incesante de lo nuevo de forma fetichista supone no comprender que, frente a un enemigo que se organiza de forma regular en el tiempo, o nos organizamos al mismo nivel o nunca vamos a ganar. Por eso hay que extraer lecciones, hacer política con historia siempre empezando por el medio.

Sin embargo los revolucionarios tenemos que tener claro que, aún haciendo política con historia, no tenemos asegurado el resultado. Hay que estar preparado para momentos que nunca pasa nada, para las brechas y los saltos, para los retrocesos pero también para las derrotas. Nuestra corriente ha sido prácticamente exterminada, hemos tenido que empezar de nuevo muchas veces, hemos sido represaliados y reprimidos, hemos cometido grandes errores y solo a base de constancia nos hemos ganado muchas veces el derecho de recomenzar, aunque sin la certeza de la victoria.

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